Comentario
Creada ya una versión personal de la estética barroca en Galicia por los arquitectos de la generación anterior, sobre todo por Domingo de Andrade, y que se basa en una conjunción perfecta de efectos espaciales nuevos y una riquísima decoración, los arquitectos que trabajan durante la primera mitad del siglo XVIII van a centrar su interés en la consecución de nuevos y más audaces planteamientos espaciales, desafiando las leyes de la estática y de la lógica constructiva (piénsese en Simón Rodríguez) así como el dominio escenográfico logrado a través de una vibrante decoración que recorre el muro, ahora calado, y desafiando perspectivas, como hace Fernando de Casas y Novoa, cuya actividad va a cubrir la primera mitad del siglo (muere en 1749), es el eslabón de enlace con los maestros de la generación anterior ya que, si muchas de sus ideas proceden de Domingo de Andrade, con quien se cree que pudo haberse formado, también es cierto que aparece vinculado a fray Gabriel de Casas en sus primeros años, y ello puede explicar su tendencia hacia lo monumental, siempre latente en el autor de la fachada del Obradoiro. No sabemos nada sobre su origen, pero tenía una sólida formación cultural, como demuestran los libros que poseyó referidos a la arquitectura y la teoría artística, y que están citados en su inventario de bienes, publicado por María del Carmen Folgar. El arquitecto aparece trabajando a las órdenes de fray Gabriel de Casas en el claustro de la catedral de Lugo, del que es nombrado aparejador en 1708 y arquitecto al año siguiente; a él hay que atribuirle la totalidad de la obra en la que, partiendo de una tipología claustral de un solo piso, como el renacentista de la catedral de Santiago, transforma el recinto con un nuevo sentido ascensional, por la continuidad visual de las pilastras y los esbeltos jarrones, y distribuye por todo él una magnífica decoración en la que coexisten las formas naturalistas derivadas de Andrade con formas geométricas y placados de piedra.
Vuelto a Santiago, Fernando de Casas es nombrado maestro de obras de la catedral en 1711, en sustitución de Domingo de Andrade, haciéndose cargo de las que éste había dejado empezadas, como la nueva sacristía, después dedicada a la Virgen del Pilar. Según se desprende de los datos documentales, la obra de la sacristía estaba ya muy avanzada a la muerte de Andrade, pues en 1706 se trabajaba en la naranja de la sacristía y, en 1709, se monta la cúpula. Fernando de Casas trabajará por consiguiente, sobre todo, en la decoración del recinto y en su transformación en capilla funeraria con el diseño del retablo y el sepulcro del arzobispo Monroy. (Esta interpretación del decurso de la obra es defendida por Ríos Miramontes y García Iglesias.) El planteamiento decorativo de Casas es insólito en el contexto del arte gallego, de gran suntuosidad por las magníficas arquitecturas ficticias hechas con materiales polícromos, mármoles y jaspes, evocando modelos italianos.
Una vez transformada la sacristía en Capilla del Pilar, Fernando de Casas colocará el retablo en la pared opuesta a la entrada del recinto y que, con su disposición tripartita y su fuerte ritmo verticalizante, es un precedente inmediato de la fachada del Obradoiro, a la vez que se inspira en el Triunfo de San Fernando, reproducido en el libro de La Torre Farfán, que sabemos formaba parte de su biblioteca.
La intervención de Fernando de Casas en la Capilla del Pilar, así como su condición de maestro de obras de la catedral de Santiago le pusieron en contacto con el arzobispo Monroy para quien trabajará en diferentes encargos: la fachada del Colegio de las Huérfanas de Santiago (1714), la iglesia del convento de Capuchinas de La Coruña (1715) o la iglesia del convento de Belvís en Santiago (1725).
Mucho tuvo que satisfacer lo hecho por Casas al Cabildo lucense, ya que unos años más tarde le volverán a llamar para encargarle una de las obras por ellos más queridas, la nueva capilla que para la Patrona de Lugo, la Virgen de los Ojos Grandes, se había de erigir en el espacio central de la girola; en efecto, en 1725 se llama a Santiago a Casas y Novoa para que dé las trazas y dirija la obra de esta capilla, que ha de concebirse como un camarín consagrado a María, con su correspondiente retablo, de tal modo que el recinto interior y el retablo-baldaquino estuvieran perfectamente integrados. Como espacio dedicado a la Virgen, el arquitecto optó por un plan central, una cruz griega dominada por la cúpula, contrarrestada por las bóvedas de cascarón gallonadas de los cuatro brazos de la cruz; exteriormente la capilla toma forma de rotonda al estar rodeada por un muro unitario. Una idea dominante condiciona tanto la tipología como la decoración del recinto, la de aludir a María como esfera celestial, el centro del Universo que preside, desde el retablo exento, la imagen de la Virgen de los Ojos Grandes, eje simbólico de la capilla, a la que se une por medio de unas grandes volutas sobre las que se colocan angelotes, en una idea de Triunfo de María que nuevamente se inspira en el Triunfo de Fernando III el Santo, del que en esta ocasión se toma no sólo la estructura del retablo, sino también la decoración de óvalos con emblemas que aluden a las Virtudes de la Virgen en el más completo canto a María jamás representado.